Los objetos

Los objetos que elegimos nos importan porque en ellos escondemos retales nuestros. Cuando elegimos un objeto y lo incorporamos a nuestro mundo es porque en él nos reconocemos, vemos detalles, colores, formas que no solo nos gustan sino que nos encajan. No son todos los objetos, solo algunos. Aquellos que encajan con las rugosidades de nuestro contorno, aquellos en los que caben algunos trocitos nuestros que les dan vida. Los objetos no están muertos. No son simples trozos de materia. Son materia construida, elegida, usada y habitada. No se puede maltratar a los objetos que nos acompañan. Se cuidan, se guardan, se miran cotidianamente o, por sorpresa, se saludan al abrir un cajón. Y entonces nos recuerdan cómo fuimos una vez. Y, aunque esa parte que depositamos en ellos esté ahora marchita en nosotros, todavía está intacta en ellos. No podemos abandonarlos; siguen custodiando nuestra nostalgia. Son nuestros objetos personales. Su valor es incalculable. Lo deciden entre su dueño y él, se pertenecen mutuamente.

Algunos objetos personales se heredan o se reciben como un regalo precioso. ¡Qué hermoso dar un objeto cargado de vida para que siga creciendo en otra persona cuidadosamente elegida! Entonces su riqueza es múltiple. Se mezclan en ellos varias personas, la primera que lo animó y las siguientes que simplemente los custodiaron para conservar el amor entre las personas o incluso los incorporaron a su mundo para dotarlos de nuevos matices. Claro que el objeto envejece y se fragiliza, pero siempre tiene un pequeño espacio interno para albergar a otro dueño.

A diferencia de una fotografía, en un objeto caben trozos de muchas personas que han sido sus dueños. Los objetos que guardamos, los que realmente elegimos, tienen la misma fuerza o más que un retrato o una fotografía: nos representan, nos exhiben a los demás, guardan nuestros recuerdos o cristalizan visiones artísticas de nuestro mundo. La pintura, la fotografía, la literatura han intentado captar a las personas de muchas maneras. Han tratado de capturar su vida en una imagen o en un texto, pero esa es una empresa difícil, porque todo ser humano se derrama en muchas direcciones. Una de ellas son sus objetos. Por eso no es raro ver fotografías o retratos donde aparecen algunos objetos personales que recogen brillos de la persona imposibles de retratar de otra manera. Pero la gran mayoría no figuran nunca.

Artefacto los reivindica. Pese a que esos objetos ocultos en los retratos se perdieron para siempre, Virginia y Ella, los rescatan desde la poesía visual, desde la arqueología poética. Artefacto vive en el reverso de los retratos, en los objetos que quedaron fuera del marco en el estudio del pintor, en el bolso o en la maleta de su dueña. Artefacto imagina los objetos que podrían poseer las mujeres retratadas, aunque también elige otros que quizás ellas nunca tuvieron pero que encajan perfectamente. Y Artefacto los encuentra espigando en los rastros, en los escombros, en los anticuarios y en las casas de los amigos para acercarlos al retrato y que cuenten otra historia.